La piscina es un animal taimado. Un camaleón helado, una ruleta rusa con
olor a santidad.
Hay un rayo de sol bajo el agua que soporta todas mis piruetas y
zambullidas, mis ascensos y descensos.
Jamás percibo la frialdad, por mucho que me lance una y otra vez.
Annabel se diluye, ya circula por mis venas. Casanova le protege a dos
metros de distancia frente al borde, porque supo ver en el agua con diecisiete
lo que nosotros descubrimos veintiséis
años más tarde.
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